El humor, entre otras cosas, siempre ha sido una herramienta para reírse del poder y en cierta manera una válvula de escape contracultural, una vía para zafarse, aunque fuese por unos minutos de lo políticamente correcto, de la moral oficial y establecida.
Y hoy el feminismo es el poder (la nueva religión promovida desde el gobierno, las multinacionales, medios de comunicación o el sistema educativo charocrático) y la moral dominante, por eso no tiene ningún sentido hablar de humor feminista
Y por eso la gente que busca echarse unas risas un sábado por las tarde pagando su entrada lo que menos quiere es que le vuelvan a machacar con el sermón victimista con el que le bombardean todo el resto de la semana por tierra, mar y aire. No es tan complicado.